Las anomalías empezaron pronto

Las sesiones republicanas se inauguraron el 14 de Julio del 1931, desde las primeras sesiones ya se respiraba un ambiente tremendamente hostil de las mayorías gubernamentales (representadas por la conjunción republicanosocialista) hacia las escasas minorías de la derecha parlamentaria cuya principal formación era la minoría agraria de un semidesconocido y joven Gil Robles. Así, en una de las primeras sesiones de la Cámara republicana, el excéntrico diputado de la minoría Radical Socialista, Joaquín Pérez Madrigal (figura, a mi juicio, esencial para entender el régimen republicano del que y, como aperitivo, se puede decir que acabaría siendo distinguido militante de la CEDA y, más tarde, fervoroso defensor del franquismo), dirigía fuertes reproches a estas minorías a las que catalogaba de antirrepublicanas;  en la sesión del día 22 de Julio (tan solo ocho días después de la apertura de las sesiones parlamentarias republicanas), afirmaba que era necesario combatir a los enemigos de la República “para que esta se salve, exterminar la Monarquía, y contra los hombres y las instituciones que dependen de ella”; además, iba más allá y pedía eliminar a los elementos Monárquicos del país, dirigiendo toda su rabia e inquina en la figura del  General Berenguer. La animadversión hacia todo aquello que sugiriese a monarquía se convertiría, bien pronto, en una obsesión para una buena parte de los representantes de las distintas minorías de la izquierda, muchos de ellos, no dudaban en autoproclamarse orgullosos miembros de la extrema izquierda. Un ejemplo de ello lo tenemos en la sesión del 28 de Julio, el diputado federal Eduardo Barriobero, un anticlerical confeso, pedía ya abiertamente el cambio del Gobierno por uno “más revolucionario“, creía que el actual era blando y tenía muchos de los defectos de los Gobiernos monárquicos; les acusaba de tener miedo de aplicar el Código Penal a los Obispos, de  no transformar la Guardia Civil cuyos miembros, a su juicio, en muchos casos habían actuado como auténticos verdugos en los pueblos; en su opinión, a no pocos de sus miembros, había que haberles encarcelado  “para empezar la purificación del Cuerpo sacrificándolos y encerrándoles en las cárceles”. Era tal el clima de innecesaria y, sobre todo, de injustificada tensión la que se vivía en muchas de estas primeras sesiones de la Cámara (protagonizada por los miembros de la “autoproclamada” extrema izquierda), que forzaría la intervención y la denuncia de uno de los principales promotores del régimen republicano, José Ortega y Gasset, que llegaría a calificar como “Jabalíes” a estos elementos extremos de la Cámara.

“No hemos venido aquí a hacer ni el payaso, ni el tenor, ni el jabalí”.

José Ortega y Gasset (Agrupación Servicio por la República), 30 de Julio de 1931

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